Bergoglio propaga la herejía del Universalismo y niega el Juicio Final

gloria tv newsFrancisco: “todo se salvará. Todo”

Francisco dijo el 11 de octubre que no hay que tener miedo al Juicio Final, porque “al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso”, y en consecuencia “todo se salvará. Todo”.

Las declaraciones reunidas de Francisco que niegan la existencia del infierno fueron publicadas por el 20 de octubre por Sandro Magister.

El 23 de agosto, Francisco comparó el fin de la historia con “una inmensa tienda, donde Dios acoge a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos”. Magister muestra que en varias ocasiones Francisco ha citado en forma selectiva parábolas del Evangelio, omitiendo las advertencias de Jesús sobre la condenación eterna.

Si Francisco estuviera en lo cierto, nadie necesitaría a él y a la Iglesia, y no habría diferencia entre un santo y un malhechor. es.news

bergoglio enganando almas para llevarlas al infierno

Apocalipsis 20:10

10 Y el diablo, que los había engañado, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también habían sido arrojados (la bestia) y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por todos los siglos.

Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema! Gálatas, 1:9

Heresiarca Bergoglio: En el Juicio Final Jesucristo no nos va a juzgar; sino que será nuestro abogado

Heresiarca Bergoglio: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva

¿El Juicio sin Juez?

Catecismo Mayor de San Pío  X

CAPITULO VII DE LOS NOVÍSIMOS Y DE OTROS MEDIOS PRINCIPALES PARA EVITAR EL PECADO

969. ¿Qué se entiende por Novísimos? – Novísimos se llaman en los Libros Santos las cosas postreras que acaecerán al hombre.

970. ¿Cuántos son los Novísimos o Postrimerías del hombre? – Los Novísimos o Postrimerías del hombre son cuatro Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.

971. ¿Por qué los Novísimos se llaman Postrimerías del hombre? – Los Novísimos se llaman Postrimerías del hombre, porque la muerte es la cosa postrera que sucede al hombre en este mundo; el Juicio de Dios es el último de, los juicios que hemos de sufrir; el Infierno es el mal extremo que tendrán los malos, y la Gloria, -el sumo bien que poseerán los buenos.

972. ¿Cuándo hemos de pensar en nuestras Postrimerías? – Conviene pensar todos los días en nuestras Postrimerías, y sobre todo en la oración de la mañana al despertarnos, a la noche antes de acostarnos, y siempre que nos sintiéremos tentados, porque este pensamiento es eficacísimo para hacernos huir del pecado.


destructor 2

Cosas del fin del mundo. Los «novísimos» según Francisco

Sandro Magister:

En el importante diario «la Repubblica» del cual es fundador, Eugenio Scalfari, autoridad indiscutida del pensamiento laico italiano, el 9 de octubre pasado volvió a referirse así a la que él considera una «revolución» de este pontificado, recogida de la viva voz de Francisco en el transcurso de los diálogos frecuentes que tiene con él:

«El papa Francisco ha abolido los lugares donde deberían ir las almas después de la muerte: el infierno, el purgatorio, el paraíso. La tesis sostenida por él es que las almas dominadas por el mal y no arrepentidas dejan de existir, mientras que las que fueron rescatadas del mal serán llevadas a la felicidad contemplando a Dios».

Y observa inmediatamente después:

«El juicio universal que se sostiene en la tradición de la Iglesia se encuentra entonces privado de sentido. Permanece como un simple pretexto que ha dado lugar a espléndidos cuadros en la historia del arte. No es nada más que eso».

Hay que dudar seriamente que el papa Francisco quiera realmente liquidar los «novísimos» en los términos descritos por Scalfari.

Pero en su predicación hay algo que inclina a un efectivo empañamiento del juicio final y de los destinos opuestos de beatos y condenados.

*

El miércoles 11 de octubre, en la audiencia general en la plaza San Pedro, Francisco dijo que no hay que tener miedo a ese juicio, porque «al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso», y en consecuencia «se salvará todo. Todo».

Esta última palabra, «todo», en el texto distribuido a los periodistas acreditados en la sala de prensa vaticana estaba resaltada en negrita.

*

También en otra audiencia general de hace pocos meses, la del miércoles 23 de agosto, Francisco dio una imagen completa y consoladora del fin de la historia humana: la de «una inmensa tienda, donde Dios acoge a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos».

Imagen que no es suya, sino que está tomada del capítulo 21 del Apocalipsis, pero de la que Francisco se cuidó de citar las posteriores palabras de Jesús:

«El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los falsos, tendrán su herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la segunda muerte».

*

Y también, al comentar en el Angelus del domingo 15 de octubre, la parábola del banquete nupcial (Mt 22, 1-14) leída ese día en todas las Misas, Francisco evitó cuidadosamente citar los pasajes más inquietantes.

Tanto aquél en el que «el rey se indignó, mandó su ejército, hizo matar a los asesinos y entregó su ciudad a las llamas».

Como también aquél en el que, al ver «a un hombre que no utilizaba el traje apropiado para una boda», el rey ordenó a sus siervos: «aten sus manos y sus pies y arrójenlo afuera, a las tinieblas; allí habrá llanto y rechinar de dientes».

*

El domingo anterior, el 8 de octubre, otra parábola, la de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-43), había sufrido el mismo tratamiento selectivo.

En el Angelus, al comentar la parábola, el Papa omitió decir qué hace el dueño de la viña a esos labradores que mataron a sus siervos y por último a su hijo: «A esos malvados les dará una muerte miserable». Ni mucho menos citó las palabras conclusivas de Jesús, referidas a sí mismo como «piedra angular»: «El que caiga sobre esta piedra será destrozado; y sobre quien ella cayera, lo aplastará».

Más aún, el papa Francisco insistió en defender a Dios de la acusación de ser vengativo, como si quisiera mitigar los excesos de «justicia» reconocidos en la parábola:

«Aquí está la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga! Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos».

*

En la homilía de la solemnidad de Pentecostés, el pasado 4 de junio, Francisco polemizó, como hace muchas veces, con «el que juzga». Y al citar las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles e implícitamente a sus sucesores en la Iglesia (Jn 20, 22-23) las ha cortado voluntariamente por la mitad:

«Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados serán perdonados».

Quitando lo siguiente:

«A los que no se los perdonen no serán perdonados»

Que la amputación fue deliberada está probado por su reiteración. Porque un corte idéntico a estas palabras de Jesús Francisco lo había hecho también el 23 de abril anterior, en el rezo del Regina Coeli del primer domingo después de Pascua.

*

También el 12 de mayo pasado, en su visita a Fátima, Francisco mostró que quería liberar a Jesús de la fama de juez inflexible al final de los tiempos. Por eso puso en guardia ante la siguiente falsa imagen de María:

«Una María bosquejada por sensibilidades subjetivas que la ven manteniendo firme el brazo justiciero de Dios pronto a castigar. Una María mejor que Cristo, vista como juez implacable».

*

Se agrega a ello que la libertad con la que el papa Francisco corta y cose las palabras de la Sagrada Escritura no se refiere sólo al juicio universal. Ensordecedor, por ejemplo, es el silencio en el que él siempre ha envuelto la condena hecha por Jesús del adulterio (Mt 19, 2-11 y pasajes paralelos).

Con sorprendente coincidencia, esta condena estuvo contenida en el pasaje del Evangelio que se leía en todas las iglesias del mundo justamente el domingo en que comenzó la segunda sesión del sínodo de los obispos sobre la familia, el 4 de octubre de 2015. Pero ni en la homilía ni en el Angelus de ese día el papa Francisco hizo la mínima mención.

Y ni tampoco la mencionó en el Angelus del domingo 12 de febrero de 2017, cuando esa condena fue leída de nuevo en todas las iglesias.

No sólo eso. Las palabras de Jesús contra el adulterio no aparecen ni siquiera en las doscientas páginas de la exhortación post-sinodal «Amoris laetitia«.

Así como no aparecen ni siquiera las terribles palabras de condena de la homosexualidad escritas por el apóstol san Pablo en el primer capítulo de la Epístola a los Romanos.

Primer capítulo leído también – otra coincidencia – en las Misas feriales de la segunda semana del sínodo del 2015. A decir verdad, sin que esas palabras figuraran en el Misal. Pero en todo caso sin que el Papa u otros jamás las citaron, mientras que en el sínodo se discutía el cambio de los paradigmas del juicio sobre la homosexualidad:

«Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío. Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen» (Rm 1, 26-32).

*

Además, algunas veces el papa Francisco se toma también la libertad de reescribir a su modo las palabras de la Sagrada Escritura.

Por ejemplo, en la homilía matutina en Santa Marta, el 4 de setiembre del 2014, en un cierto punto el Papa atribuyó textualmente a san Pablo estas palabras «que escandalizan»: «Me jacto solamente de mis pecados». Y concluyó invitando también a los fieles presentes a «jactarse» de sus propios pecados, en cuanto perdonados por la cruz de Jesús.

Pero en ninguna de las cartas de san Pablo se encuentra una expresión similar. Más bien el apóstol dice de sí mismo: «Si es necesario jactarse, me jactaré de mis debilidades» (2Cor 11, 30), después de haber detallado todas las adversidades de su vida: las encarcelaciones, las flagelaciones, los naufragios.

O bien: «no me jactaré de mí mismo, sino de mis debilidades» (2Cor, 12, 5). O también: «Él me dijo: ‘Te basta mi gracia; en efecto, la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad’. Me jactaré entonces con gusto de mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo» (2Cor 12, 9), con alusiones de nuevo a los ultrajes, a las persecuciones y a las angustias sufridas.

*

Volviendo al juicio final, también el papa Benedicto XVI reconocía que «en la época moderna, la idea del juicio final se ha desvaído».

Pero en la encíclica «Spe salvi«, escrita totalmente por su mano, reafirmó con fuerza que el juicio final es «la imagen decisiva de la esperanza». Es una imagen que «exige la responsabilidad», porque «la gracia no excluye la justicia», más bien, la cuestión de la justicia «es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad», porque «sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva».

Y también:

«La gracia no convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón Dostoievski en su novela ‘Los hermanos Karamazov’. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada».


Doctrina

Catecismo Mayor de San Pío  X

CAPÍTULO XIII DEL DUODÉCIMO ARTÍCULO
247.
¿Qué nos enseña el último artículo: Y LA VIDA ETERNA? – El último artículo del Credo nos enseña que, después de la vida presente, hay otra, o eternamente bienaventurada para los escogido en el cielo o eternamente infeliz para los condenados al infierno.

248.¿Podemos comprender la bienaventuranza del cielo? – No, señor; no podemos comprender la bienaventuranza de la gloria, porque sobrepuja nuestro limitado entendimiento y porque los bienes del cielo no pueden compararse con los bienes de este mundo.

249.¿En que consiste la bienaventuranza delos escogidos? – La bienaventuranza de los escogidos consiste en ver, amar y poseer por siempre a Dios, fuente de todo bien. 250.¿En qué consiste la infelicidad de los condenados? – La infelicidad de los condenados consiste en ser privados por siempre de la vista de Dios y castigados con eternos tormentos en el infierno.

251.¿Son únicamente para las almas los bienes del cielo y los males del infierno? – Los bienes del cielo y los males del infierno son ahora únicamente para las almas, porque solamente las almas está ahora en el cielo o en el infierno; pero después de la resurrección, los hombres serán o felices o atormentados para siempre en alma y cuerpo.

252.¿Serán iguales para los bienaventurados los bienes del cielo y para los condenados los males del infierno? – Los bienes del cielo para los bienaventurados y los males de infierno para los condenados serán iguales en la sustancia y en la duración eterna; más en la medida o en los grados serán mayores o menores, según los méritos o deméritos de cada cual.

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2 comentarios en “Bergoglio propaga la herejía del Universalismo y niega el Juicio Final

  1. La herejía Universalista fue sostenida por el herético jesuita de pensamiento masón Karl Rahner que influenció en el Vaticano II.
    La herejía Universalista es una negación completa de la Palabra de Dios:

    Roberto de Mattei:
    Karl Rahner, maestro del Concilio, de Martini y de la conciencia relativa:
    http://www.ilfoglio.it/articoli/2009/06/16/news/karl-rahner-maestro-del-concilio-di-martini-e-della-coscienza-relativa-70376/

    El nombre de Karl Rahner es un pasaje obligado para el que quiera entrar en el corazón del debate intraeclesial de nuestro tiempo. Como perito conciliar del cardenal Franz König, el jesuita alemán desarrolló tras bambalinas, un rol crucial en el Vaticano II, como lo definiera el entonces decano de la Pontificia Universidad Gregoriana, Juan Alfaro, llamándolo “el máximo inspirador del Concilio”. De cierto ha dominado el postconcilio como conferencista enérgico y escritor prolífico, pronto a intervenir desenvueltamente sobre todos los problemas del momento: con más de cuatro mil títulos, su obra, traducida y publicada en todo el mundo, continúan ejerciendo una larga influencia sobre el mundo católico contemporáneo.

    Parece llegada la hora del “ocaso de Rahner”, como implícitamente lo ha buscado Benedicto XVI en el discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre 2005, sobre la “hermenéutica” del Concilio Vaticano II. El “espíritu del Concilio” como se le ha llamado a la hermenéutica de la “discontinuidad” ha hallado su origen en el Geist in Welt de Rahner (“El Espíritu en el mundo”), que es el título de su primer libro importante, publicado en 1939. En este volumen, Rahner delinea su concepción filosófica del conocimiento; en el siguiente, “Oyentes de la palabra” (Hörer des Wortes), publicado en 1941, expone propiamente su visión teológica.

    La tesis de estos dos libros y de los sucesivos, ya claramente criticada por el padre Cornelio Fabro (“El cambio de rumbo antropológica de Karl Rahner”, 1974), es ahora objeto de un importante volumen, editado por el padre Serafino M. Lanzetta, que recoge los hechos del encuentro llevado a cabo en Florencia en noviembre de 2007, con la participación de excelentes estudiosos, provenientes de diversas partes del mundo: Ignacio Andereggen, Alessandro Apollonio, Giovanni Cavalcoli, Peter M. Fehlner, Joaquín Ferrer Arellano, Brunero Gherardini, Manfred Hauke, Antonio Livi, H. Christian Schmidbaur, Paolo M. Siano, (“Karl Rahner. Un análisis crítico. La figura, la obra y la controversia. Teología de Karl Rahner, 1904-1984”. Cantagalli).

    Para Rahner, el objeto de la ciencia teológica no es Dios, del cual no pudo demostrar su existencia, sino del hombre, que constituye la única experiencia de la cual tenemos inmediata certeza. Por tanto, no se puede hablar de Dios teniéndolo por fuera del proceso cognoscitivo del hombre. Dios, más precisamente, existe “autocomunicándose” al hombre que lo interpela. Rahner afirma que ninguna respuesta va más allá del horizonte que la solicitud ya ha previamente delimitado. El horizonte de Dios es medido por el hombre que, delimitando en su demanda la respuesta divina, concluye la medida de la Revelación de Dios. Rahner no dice que el hombre es necesario a Dios para que Dios pueda existir, pero porque sin el hombre Dios no puede ser conocido, el conocimiento humana tiene la llave de lo que Rahner define como el “giro antropológico” de la teología. Rahner cita constantemente a Santo Tomás de Aquino, pero de hecho reduce la metafísica a la antropología y la antropología a la gnoseología y la hermenéutica. 
La “teología trascendental” de Rahner aparece, en esta perspectiva, como una tentativa no convencional de liberarse de la tradicional metafísica tomista, y de su representante santo Tomás. Esto únicamente, por supuesto, viene a falsificar el pensamiento del Aquinate. Fabro no duda en definir a Rahner como un “deformator thomisticus radicalis” en todos niveles: el texto, el contexto y los principios. El resultado es un “trasbordo” del realismo metafísico de Tomás al inmanentismo de Kant, de Hegel y sobre todo de Heidegger, aclamado por el jesuita alemán como su “único maestro”.

    Rahner acepta el punto de partida cartesiano del Yo como autoconocimiento. El hombre, despojado de su corporeidad, es la conciencia inicial, un puro espíritu, inmerso en el mundo. Como para Descartes y para Hegel, para Rahner el conocer es la base del ser, pero el conocimiento se funda en la libertad, porque “en la medida en que un ser se libera, en esa misma medida conoce”. La conciencia coincide con la voluntad del hombre y ésta es el actuar del Yo. El Yo a su vez no está sujeto a nada que lo pueda condicionar, porque su fundamento está propiamente en su incondicionalidad y aunque en ausencia de alguna limitación externa objetiva. 
La consecuencia de la reducción del hombre a la auto-conciencia es la disolución de la moral. La libertad prevalece sobre el conocimiento porque, como afirma Heidegger, tras el pensamiento cartesiano irrumpe la libertad. El hombre es conciencia que se auto-conoce y libertad que se auto-realiza. Para Rahner, al igual que su maestro, el hombre conoce y vive verdaderamente hal hacerse libre. El valor moral de la acción no tiene una raíz objetiva, sino que se funda en la libertad del sujeto.

    Forzando el n. 16 de la “Lumen Gentium”, donde se habla de la posibilidad de salvación de aquellos que “no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios”, Rahner afirma que la salvación no es un problema, porque está asegurada a todos, sin límite de espacio, de tiempo y de cultura. La Iglesia es como el mundo: una gran comunidad, que incluye los “cristianos anónimos”, que, con todo y llamarse no-católicos, o adherir al ateísmo, tienen implícita la fe. Cualquiera que, de hecho “acepta la propia humanidad, aún sin saberlo, dice sí a Cristo, porque él ha aceptado al hombre”. Todos, hasta los ateos, en cuanto son ateos, se salvan si siguen su propia conciencia. Cualquier hombre, cuando se conoce a cabalidad, aunque esté inmerso en el mal, si se acepta como tal, tiene fe y se redime a sí mismo. Y cuanto más conoce y acepta la propia “experiencia trascendental”, tanto más tiene fe. Sobre esto, observa justamente el padre Andereggen, significa que un individuo que se ha psicoanalizado freudianamente durante diez años, tiene más fe y mejor que un religioso que reza (p. 35).
 El cardenal Franz König, abanderado del progresismo conciliar, “saneó” a Rahner, en olor de herejía hasta los años sesenta.

    Entre los numerosos e ilustres discípulos del jesuita, hay que recordar al expresidente de la Conferencia episcopal alemana Karl Lehmann y, en Italia, al cardenal Carlo Maria Martini. La última entrevista-confesión de Martini, con Georg Sporschill (“Conversación nocturna en Jerusalén”, Mondadori) y con don Luigi Verzé (“Todos estamos en la misma barca”, Edizioni San Raffaele), llevan la impronta rahneriana, por el universalismo salvífico y la “moral débil”. Martini, como Rahner, sostiene que la misión de la Iglesia es abrir la puerta de la salvación a todos, comprendiendo también a aquellos que se apartan de la fe y de la moral católica. El mismo Martini instituyó en Milán una “cátedra de los no creyentes”, para conocer su contribución para la salvación del mundo. El sucesor de San Carlos Borromeo, renunciaba así al encargo de llevar a Cristo a quienes no creen, para confiarle a ateos declarados como Umberto Eco la misión de “evangelizar” a los fieles de la diócesis ambrosiana.

    No es mucho afirmar que Rahner es el padre del relativismo teológico contemporáneo. Lo confirma su más íntima confidente, Luise Rinser, que el 11 de mayo de 1965 le escribiera: “¿Sabes cuál es la mayor dificultad que me viene de tu parte? Que seas un relativista. Desde que comencé a pensar como tú no me atrevo a afirmar nada con seguridad” (“Gratwanderung”, Kösel). Años después, Rinser solidarizó con los terroristas Andreas Baader y Gudrun Ensslin. Por su parte, Rahner, el 16 de marzo de 1984, poco antes de morir, escribió una carta en defensa de la teología de la liberación que llamaba a los católicos en América Latina a tomar las armas.

    La lectura del libro editado por el padre Lanzetta confirma la idea que Karl Rahner, por el uso indebido de su indudable capacidad intelectual, fue sobre todo un gran aventurero de la teología.

    El joven Ratzinger se fascinó de su personalidad, pero entrevió rápidamente la consecuencia devastadora de su pensamiento y, en cierto modo, dedicó toda su obra intelectual superior a refutar su tesis.

    Hoy el nombre de Rahner representa la bandera teológica de los que se oponen al pensamiento anti relativista de Benedicto XVI-Ratzinger. El presente análisis crítico tiene el mérito de haber llegado hasta el fondo del asunto.

    Roberto de Mattei

    Junio 16 de 2009

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